Camino a casa

miércoles, 22 de agosto de 2012

 

Hoy me encuentro aquí, aterrado. Hay un agujero que se me extiende por dentro, lleno de sombras y de recuerdos. Ya no queda nada del Edén que ella y yo soñamos. Ahora solo queda silencio.


Entré en el pueblo crudo, en cuyas ventanas el hambre grita mudo a la calle, pidiendo clemencia. El paso se me aceleraba junto con el latido de mi corazón. Sabía que las nuevas no eran alentadoras pero esto, esto no era lo que yo esperaba.

Pero lo peor es el haber visto el cráter que era mi hogar. Sepultado entre escombros aún ardientes, encuentro mis trabajos, nuestras historias, teñidas de miedo de ceniza. 

No hay rastro de ella.

Con un escalofrío, recorro con la mirada el entorno y entonces lo diviso: El barranco. Y noto la vida escapar por mi garganta gritando su nombre.

Aparece mi vecino. Está flaco, muy flaco, demacrado por una guerra que no debió existir. Su rostro esconde una terrible verdad. 

"Lo siento. Los soldados vinieron y ella, antes que entregarse...Se ha marchado a un lugar donde no puedes seguirla. " - Me dice, señalando el borde.

"Ella no se ha marchado"- Susurro, conmocionado.-"Me la han arrancado de mi lado cuando más la necesitaba. Y he de irme con ella ahora mismo...". No hay más palabras que broten de mi boca. Me dirijo al límite, me dispongo a lanzarme con las lágrimas de cristal asomando de mi vista cansada. Me siento solo, vacío, ya no puedo respirar más. No sin ella, no sin verla de nuevo. Solo existe una salida...

Un disparo me saca de mi pensamiento enloquecido. Me quema la espalda. Me arde el alma, que se desangra de dolor. Jamás he conocido dolor semejante. Resuena de nuevo el disparo en la oscuridad, y veo a mi vecino caer de bruces, inerte.

"Vaya, pero si hemos cazado otros dos rojos de mierda" - Oigo al comandante. -"Mira mira, este parecía a punto de saltar".-Me da la vuelta en el suelo y por fin le veo la cara.-"Vaya, yo a tí te conozco... El chupatintas ese con delirios de Cervantes...Ya nos comentaron que a lo mejor te dejabas caer por aquí. Y hablando de caer..."- Su rostro se torna envalentonado, con un deje de locura ocular. -"La muchachita esa que estaba en tu casa era una delicia, lástima que tropezara cuando intentábamos divertirnos con ella." 

Intento revolverme. El tipo me encañona y me susurra al oído, con una voz seca y diabólica: "Ten cuidado, Quevedo, que soy de gatillo fácil. ¿No te duele la espalda?"-Me da la vuelta, dejándome boca abajo-" Quizá te pueda ayudar a calmarte un poquito."

Noto como presiona la herida con su bota, y me empiezo a desvanecer. Cada átomo de mi ser grita de dolor, esto tiene que ser irreal, absolutamente surrealista. Nada de ésto puede estar ocurriendo, nada puede ser verdad. Y ella...

La memoria me devuelve su sonrisa como posdata a mis recuerdos, y una fuerza se apodera de mí. Me revuelvo, golpeo el rostro de ese tipo. Nos enzarzamos en un intercambio de golpes. Sus camaradas nos miran, sin saber que hacer. Uno de ellos encañona, pero no dispara por miedo a herir a su jefe.

El comandante ordena abrir fuego contra mí y se distancia. No lo pienso. Me lanzo a un lado, y ruedo por la ladera del barranco. Apunto estoy de despeñarme, de no ser por un pequeño saliente. Me sujeto, me va la vida en ello, y me quedo cubierto. Cierro los ojos, los oigo alejarse.

Y lloro en silencio por nosecuántas horas.

 El viento me precipita en el mar, como si mi cuerpo de una roca más se tratara. Del descenso, no pienso, no siento. No recuerdo nada más.

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