Miedo

lunes, 20 de diciembre de 2010

 

Norte, 31-08-1936

El cielo se tiñe de negro mientras camino a tientas por el sendero. La luz mortuoria que circunda mis pasos me hace temblar, y el aire, frío como el hielo, atenaza mis miembros como si de cadenas se tratara.

Me muevo con el silencio como compañero, paseando como sombra entre los árboles. Se que se encuentra en algún lugar, estoy seguro. Dios, es la más amarga condena a la que me han sometido jamás.

Siento que la vida se resbala entre mis dedos, como si de fina sal se tratara; tengo que encontrarla. No puedo vivir sin ella. No puedo buscar en cada madrugada a tientas su calor. Debo traerla de vuelta a casa, debo conseguir que regrese conmigo. Hace demasiado frío ahí fuera. Necesito su calor.

La consciencia me devuelve la imagen de una mañana gris en la habitación de siempre y de nuevo, solo. Me despejo con la esperanza de encontrar en el fondo del espejo algún indicio de ella, de su tibio rostro, de sus labios de fuego. Trato de alcanzarla, pero no puedo.

Recojo mi reloj de la mesilla. Jamás me había importado el paso del tiempo como ahora, que necesito que corra y parece que se congela. Necesito verla, necesito oler su pelo, saborear sus caricias, perderme en su cuerpo.

No se porque llevo este diario, quizá para no volverme loco, ni porqué relato mis sueños en él. Solo se que sin ella me siento vacío, que soy una cáscara a la deriva en el océano de balas, de sangre y de fuego en el que se ha convertido mi mundo.

Retumban mis oídos. Todo comienza de nuevo. Un día más de esta maldita guerra sin sentido, una guerra que me lleva bien lejos, donde ya no puedo verla. Solo espero que esté bien. La echo de menos.

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