Guerra

jueves, 23 de diciembre de 2010

 

Norte, 1-09-1936

La sangre se acelera. Las balas silban alrededor de nosotros y hierven los ánimos. En la trinchera solo quedamos  dos. Ahora uno. Preparo mi arma, esa arma que tanto odio y que tanto vale ahora, y me deslizo como una sombra dentro del hoyo.

Ahora comprendo lo que es la valentía. Un sabio me dijo una vez: "El valor se mide en la cantidad de tiempo entre que el miedo empieza a sentirse hasta que te controla por completo". Ahora lo entiendo todo. Pero solo queda una salida.

Miro a través de los resquicios de la muralla. Y pensar que esto antes era un colegio... Me siento como si estuviera traicionando mis principios, como si mi corazón, negro ahora de pólvora y dolor, intentara alentarme a hacer una temeridad. Debo hacerlo.

No busco ser un buen soldado. Solo busco poder volver junto a ella, regresar de este infierno de bombas, sufrimiento y muerte a mi hogar, donde ella me espera, estoy seguro, con su sonrisa de siempre. Al menos así la recuerdo.

Me traiciona el subconsciente. Las lágrimas al recordar lo que me pierdo en mi casa me superan y se precipitan por mis ojos. Se acabó tanto esperar.

Salgo de mi trinchera, corro hacia el horizonte, donde ya despunta el alba, con sus ojos en mi recuerdo, sus labios en mi sonrisa y su corazón latiendo junto al mío. No espero salvarme, simplemente corro para avanzar, para poder terminar de una vez con esto.

No me alcanzan. De nuevo otra trinchera. De nuevo a esperar. El sol nace, anunciando el día en el que todos podríamos morir. Otro de tantos.

Consigo encontrar a mi compañero. Está tendido en el suelo, inerte. Mi corazón se detiene en seco. Observo su mirada, fija en el cielo, donde sus ojos buscan sin ver las puertas del cielo. Se las tiene ganadas. Lo arrastro a cubierto y le cubro con su manta. El dolor se apodera de mi pecho como un perro de presa de su víctima.

Tras la trinchera, se oyen pasos. Gente que corre hacia nosotros. Disparo una y otra vez. Rostros sin nombre caen fulminados al fuego de mi arma. Cada disparo es una sentencia en contra de mi alma pero todo vale con poder llegar hasta ella.

Necesito verla, necesito saber que está bien. Es el único motivo por el que merece la pena resistir. Amar es el mayor regalo que se me pudo otorgar en este sitio, el único que mantiene mi esperanza junto a mis ganas de volver, en la morada del norte donde habita mi sueño, mi descanso y mi vida entera.

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