Tras mi ventana

jueves, 21 de enero de 2010

 

"La echo de menos."
Comienzan a caer los primeros copos de noche sobre la montaña de edificios que conforman el paisaje de mi ventana. Se pueden adivinar, tras los cristales, el mundo que me rodea día a día, en lo que fue un sueño y se convirtió en pesadilla.

Me rodeo de los escasos objetos que me quedan de mi vida pasada, una vida donde nada era importante salvo ser feliz. Poco a poco, ese universo se ha ido desmoronando a mi alrededor.


Como por azar, un pájaro vuela cerca de mi rostro, posado sobre la fría vidriera de mi habitación. Poco a poco, el día se oscurece y deja paso a una soledad de muerte y cansancio, en la que tan solo unos pocos pueden encontrar un segundo de calma, un lugar tranquilo donde descansar de un largo día.

Observo las aceras llenas de transeúntes que, como una marabunta de mentes, acorralan los pensamientos de un único ser para fundirlo con una sociedad secreta dentro de la propia sociedad.

"Se mueren los sueños", me digo a mí mismo. "Se va la vida poco a poco", susurra una voz en mi cabeza, y el corazón me pide que vuelva a empezar, que me marche y la encuentre, que viva un idílico anochecer junto a ella y no esperar más.

Poco a poco, me recuesto sobre la almohada, confidente secreta de noches de lágrimas de fuego, de desvelos de madrugadas inconclusas, testigo del marchitar de un alma que se ha ido, poco a poco, perdiendo en la tempestad. La echo de menos. La vida ya no es la vida, y no importa ya cuantos kilómetros nos separen…Se que nunca la volveré a escuchar.

Mientras me tumbo, miro el espejo. Veo a un hombre derrotado, a un hombre con unas esperanzas tan rotas como sus miembros. Le veo la vista cansada, una amarga mirada que le recorre de arriba abajo y siente un escalofrío, mientras se pregunta qué ha hecho para acabar así, presa de un mal que no entiende, que no soporta, que le apaga la vida poco a poco, pero a pasos agigantados.

Veo que se le acaban los ánimos, que se le marchita la vida, que ya no se aferra a ningún clavo ardiendo como antes, que ya no le importa morir solo, es su destino.
Mi cuerpo se funde poco a poco con mi cama, me hace presa de las ilusiones y la añoranza, y cierro los ojos, consciente de que me duermo para no despertar.

Cuando te das cuenta, la soledad te embarga y te consume, te desvela y te destruye, poco a poco, sin cesar. Está tan segura de su victoria, que te da alivio durante un tiempo, en el cual en el fondo sabes, que solo tienes que esperar.

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